Ante situaciones absolutamente nuevas podemos recurrir a los más altos desarrollos humanos: el arte, la solidaridad, la espiritualidad. En ellos encontramos las raíces profundas de la creatividad. Que muchos podamos oírlas / verlas / sentirlas nos beneficia a todos y cada cual, nos da herramientas nuevas. Las "preguntas inquietantes" nos llevan a buscar respuestas. Claro, también está la opción de descender, de regresar a las formas básicas y brutales: las del cocodrilo, las fieras en sus condiciones más primitivas. Podemos dejarnos arrastrar por el instinto, no en sus riquezas secretas, sino en lo más burdo, lo que se consigue sin mayor esfuerzo y como expresión de desconsideración. Así como el hombre puede superar en la utilización de las herramientas a todos los organismos vivos conocidos, puede llegar a formas de exterminio que los animales nunca intentarían siquiera. Esa es la mínima opción. Gracias a Dios, ya está pensada en el esquema general de la vida: el ser humano no puede destruir lo que no conoce más allá de las reglas de su propia existencia. Lo que lo supera no lo puede tocar justamente porque lo supera. Sería tan absurdo como pretender "tocar la nada". No se puede porque no existe. "Nada" es una categoría para meter algo que no nos cabe en la cabeza. ¡Le creamos un lugar porque no la concebimos sin lugar, sin concepto! Pero, si no existe, no tiene ni el uno ni el otro. No es ni siquiera una idea, ni un reflejo. NO. Simplemente no es. Y "tocar" es una relación entre un objeto (yo, nosotros) y otro que percibo de forma táctil o mental. Es imprescindible que eso "otro" exista para poder tocarlo. Pero la paradoja nos ayuda a ampliar nuestra percepción porque en nuestra cotidianidad "la nada" no tiene lugar. Así, si la posibilidad de que desaparezca toda forma de vida humana sobre la Tierra "entra dentro de los límites de lo posible", hay otra (bastante grande y a veces terrible) de que en realidad sólo conozcamos algunas dimensiones de lo humano. Hay otras que apenas intuimos o nos imaginamos, que las dejamos a la fantasía o la especulación. Cosas como la telepatía, los fantasmas, la percepción extrasensorial, los ovnis... Las usamos para divertirnos o asustarnos, las ubicamos en el anaquel de las preguntas de dudosa respuesta. Pero es en esas dimensiones donde la vida humana, tan limitada, descubre sus fronteras, los bordes de lo que nosotros llamamos existencia. Casi siempre nos mantenemos en los límites de lo controlable. Aun los deportistas extremos verifican ciertas normas de seguridad; son deportistas, no suicidas.
¿Hay una dimensión paranormal en el arte? Dios, tan absoluto que Fromm lo identifica con la "nada absoluta" ¿puede romper las reglas? Si es "omnipotente", puede. ¿Quiere? No es una idea, no es una cosa (por lo menos no solamente). También es persona, tiene voluntad. Pero... También es más que persona. De ahí parte un orden inestable para el individuo. Saber que hay Alguien por encima de mí, que puede cambiarlo todo cuando yo menos lo espero (y amenaza con hacerlo), no es precisamente una fuente de tranquilidad. A menos que ese Alguien sea un desborde de bondad y misericordia...
Hay preguntas que preferimos no hacernos porque nos generan angustia, nos plantean una inseguridad "absoluta". Pero hay otras que ellas mismas son una respuesta, como "¿cuál es el mundo que queremos?" o "¿Qué mérito tiene hacer lo que hacen los malvados?"
La tentación casi siempre vigente es a silenciar al que las hace, impedirle que nos inquiete y desbarate nuestro orden tan cómodo. Pero, si nadie lo hace, la razón de ser de lo más importante puede estancarse. Podemos acomodarnos tanto que, cuando llegue la crisis de verdad, perder la razón sea una posibilidad cercana.
¡Ojalá tengamos más de estas preguntas! ¡Mejores aun que las que ya tenemos!
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