sábado, septiembre 21, 2019

Por qué NO DEBE haber un "planeta B"


La imagen es muy diciente: jóvenes afro o africanos protestan por deterioro del medio ambiente, no solo el cambio climático. La tomé de esta nota periodística. La busqué en internet y no parece haber un medio en inglés que la haya publicado. Lo que más me llamó la atención fue la joven de la derecha con una cartelera en la que se alcanza a leer "Earth ... Mars" (Tierra ... Marte) y se ve un planeta tachado.   Y es que la joven ha dado en el clavo: muchos de los grandes intentos de llegar y poblar a Marte pretenden convertirlo en un "planeta B", uno que sirviera a la humanidad como vía de escape en caso de que la tierra se volviera un ocho. ¡Y ahí está el problema!

La ciencia ficción le dedica bibliotecas enteras al tema de Marte, desde las casi demenciales aventuras de John Carter de Edgar Rice Burroughs, hasta la impresionante precisión de El marciano de Andy Weir. Todas ellas han colapsado en el tiempo por lo poco realistas. Hasta Kim Stanley Robinson, que le dedicó una trilogía completa, reconoció que toda sus predicciones eran imposibles con los descubrimientos actuales. Un solo datico, la toxicidad del polvo marciano, desbarata cantidad de imágenes que Hollywood nos ha vendido sobre el planeta rojo. La obra de Weir, más elaborada que muchas otras, no tuvo en cuenta el detallito, además de sobrevalorar el poder de las tormentas marcianas. Muy probablemente no podrían levantar una antena y estrellarla contra un astronauta, pero sí haría mucho daño con la cantidad de polvo y la consecuente ausencia de luz. Mark Watney habría tenido que crear compuertas estériles para poder ir volver de una atmósfera terrestre a una contaminada.

La luna, mucho más cercana y casi olvidada en los anhelos de colonizar, "huele a pólvora". Así lo comentaron los astronautas sobrevivientes en el pasado aniversario del Apolo 11. El número tan pequeño de personas "allá arriba" hace imposible comprobar el dato. Quienes quieran habitarla tendrán que enfrentar bombardeos mortales desde el sol, agua escasa e irradiada durante milenios... Y en un ambiente que se parecerá más a una mina de carbón o diamante, que al espacio tantas veces soñado.

Lo que todos los análisis minuciosos dejan claro es que vivir en otro planeta es supremamente difícil. Todo el macroambiente terrestre se basa en otro "detallito": la vida acá empezó desde el nivel microbiano y evolucionó hasta las ballenas azules, pasito a pasito. No hay lugar de la tierra, por hostil que parezca, que no hay sido poblado por cantidad de seres microbianos. Virus, bacterias, microbios, hongos... aprovecharán todo lo que se encuentren y lo más rápido que puedan, de eso depende su vida. No importa si lo hacen en las arenas más ardientes del Sahara o los picos más helados de la Antártida; no hay lugar de la tierra donde el viento, el agua o los movimientos de la tierra no los hayan llevado.

"Reconstruir" esa invasión masiva en vastas extensiones estériles es, cuando menos, una pretensión ilusa. Los microbios no se moverán con tanta facilidad en lugares donde las radiaciones solares los tostarían en cuestión de horas; o donde las diferencias brutales entre día y noche les haría perder la tensión superficial necesaria para existir como células. Hay algunas que puede que lo logren, pero, para el ser humano, el riesgo es inmenso: podrían volverse tan poderosas que impedir que conquistaran la tierra de regreso sería utópico. ¿Cómo esterilizar un instrumento expuesto a un ser vivo que resiste altísimas y bajísimas temperaturas y hasta resiste los cambios bruscos? Habría que hervir y congelar a los mismos astronautas antes de entraran en contacto con la atmósfera... 

Pero el problema económico es la razón principal para pretender "duplicar" la tierra, en caso de que se pudiera. Mohandas Karamtchad Gandhi, el "alma grande", decía que "los recursos de la tierra alcanzan para sostenernos a todos, pero no para satisfacer la ambición de unos pocos". La destrucción de los recursos naturales, en aras de empresas mineras, petroleras y otras contaminantes, NO es una necesidad de la gran mayoría de la población terrestre. Quienes usan carros gastan apenas una porción de lo que chupan las máquinas descomunales que utilizan las grandes industrias extractivas. Lo que producen las vacas en metano palidece frente a la "necesidad" de los compuestos que se utilizan para proteger a las centrales energéticas de los incendios. El intercambio entre grandes empresas, la base misma de la acumulación de capital, no se cuestiona en los medios masivos, para eso no están. En cambio, sí se les usa, de forma recurrente, para promover la práctica descomunal del consumo. Se venden productos electrónicos a sobreprecio gracias al uso metódico del prestigio; es decir, de la ilusión del valor que tendrá para nuestras vidas, en especial en relación a los demás. Por otro lado, se les vende baratos en relación al costo social y medioambiental que generan. Así, la clave para obtener multimillonarias ganancias están en convencer a millones de que usar un producto, que explota a los pobres y contamina el aire y el agua, es esencial para que las personas de su entorno le consideren "elegante", "inteligente", "exitoso" y así sucesivamente. Se les sobrevalora en su impacto social y se les subvalora en su impacto real para la vida de toda la humanidad.

Si los dueños de las mega-corporaciones multinacionales lograran convencerse de que es posible un "planeta B", resultaría supremamente probable que aumentara si disposición a considerar el "planeta A" más desechable. Igual, los políticos irresponsables que "administran" las armas nucleares que sus naciones han acumulado, bien podrían llegar a la conclusión de que un holocausto nuclear ya no sería "tan grave". De hecho, ya sucedió antes: la destrucción de las Indias y de todos los territorios coloniales se menospreció ante la posibilidad de acumular dinero y capitales en las metrópolis europeas. Si los indígenas americanos, los esclavizados africanos y los empobrecidos-colonizados asiáticos hubieran estado todos en Europa, el escándalo habría sido mayúsculo. Incluso hoy día, la estrategia europea y estadounidense es obligar a los países vecinos a retener a los migrantes para no tener que ver los niños muertos en sus playas o escandalizarse con la brutal represión dentro de sus fronteras. "Ojos que no ven, corazón que no siente". ¿Qué me importa que haya represión en Guinea Ecuatorial, en Sudán y Sudán del Sur, si lo que obtengo es petróleo barato? ¿Por qué me voy a preocupar por la sobre explotación de los bancos internacionales sobre los países más endeudados del mundo si eso a mí me representa crédito más barato? Se puede llegar así a ver con buenos ojos el acaparamiento de tierra: ¡qué bueno que tenemos otras partes, donde podemos contaminar y experimentar cosas peligrosas o acabar con el agua, para no tener que hacerlo aquí!

La destrucción parcial de un mismo país es más evidente en las naciones más grandes. Una extensión tan grande de tierra está, de suyo, acostumbrada a las grandes diferencias. La represión más dura de la Unión Soviética no era en Moscú, se hacía en Siberia. La destrucción de los indígenas de lo que hoy es Estados Unidos se hizo en "el salvaje oeste", en tierras "deshabitadas", no en las 12 colonias iniciales. Todavía se explota a los mexicanos pobres ahí donde no se les nota. Hasta la Europa socialdemócrata puede tolerar la esclavización de grupos enteros de chinos si se les esconde bien y se les mantiene como extranjeros, no ciudadanos legalizados. La China capitalista - gobernada por el partido comunista - puede tolerar protestas masivas en Hong Kong, pero a duras penas permite la existencia de los musulmanes en su occidente poco poblado. Puede considerar un drama o un ataque a la identidad nacional un cambio en las costumbres religiosas en el oriente sobrepoblado, pero que eso pase en el Tibet es enteramente "normal".

Si así nos comportamos como humanos en este mismo planeta, el "planeta A"¿qué no harían si tuvieran la oportunidad de escapar de sus responsabilidades todavía más lejos? Los grandes explotadores de su propio pueblo, dictadores brutales todos, se aseguran de invertir buena cantidad en países ricos y flexibles, para que, cuando la nación que los vio parir logre rebelarse, tengan un lugar donde los reciban amablemente. Eso, en otras palabras, no es otra cosa que atravesar el Mediterráneo o "saltar el charco" de América Latina hacia Estados Unidos.

Las colonias espaciales, en entornos tan hostiles, serán bien reconocidas durante un buen tiempo. La gente que las pueble tendrá que pasar filtros muy exigentes y tener una función muy clara, debido a lo costoso que representará tenerles ahí en un principio. Pero, igual que cualquier colonia, la posibilidad de su desaparición - su fracaso - está terriblemente atada a la condición humana. Los colonizadores europeos, que arriesgaron vidas, fortunas y familias, lo hicieron con el incentivo de riquezas, "mujeres" o tierras para prosperar. Después de todo, se trataba del mismo planeta en condiciones incluso mejor conservadas: buena tierra, buena agua, buen aire para colonizar. Los colonizadores espaciales no tendrán sino un ideal planetario distante y nada de eso tan bueno. Todo tendrá que elaborarse poco a poco y bajo una incertidumbre constante.

El respeto por los seres vivos de Marte y cualquier otro cuerpo celeste es algo que hasta nos cuesta trabajo asumir. Si se descubriera vida microbiana en el planeta rojo, ¿significaría eso que deberíamos permitirles evolucionar hasta conquistar su espacio vital, concedido de forma natural? La posibilidad de que el hombre sea tan paciente como para dejar que lo hagan es cercana a cero. Pero quienes llegaran a colonizar se encontrarían con organismos nativos con mejores posibilidades de éxito que cualquier microbio terrestre. La resistencia esta vez no sería de otros seres humanos, sino de creaturas que a duras penas soñamos, a las que nos costaría décadas entender el mero hecho de que "estén ahí".
La forma de pensar de quienes arrasaron culturas enteras y desarrollaron y acumularon armas nucleares no ha desaparecido y está lejos de hacerlo. Sigue ahí en instituciones enteras que celebran las "glorias nacionales" o sostienen que la posibilidad de eliminar toda forma de vida en el planeta es "una necesidad". La cooperación internacional, el uso pacífico del espacio y la universalidad del conocimiento (su gratuidad transcontinental) son ideales que han retrocedido en la última década. La esperanza es que la humanidad descubra que no podrá avanzar (tan rápido como desea o no hacerlo del todo) si no los abraza. Proteger una astronauta en un ambiente hostil implica valorar tanto la vida como para detener el hambre en las naciones más empobrecidas. Desarrollar una tecnología que nos lleve a Marte, Venus o más allá, implica intercambiar secretos que se usarían en armas nucleares si no las prohibimos todas de una buena vez. El ser humano no tendrá todo el alfabeto de planetas (a, b, c, d...) si no es capaz perdonarle la deuda a una nación empobrecida y arrasada por un huracán, como no lo hizo Estados Unidos con una de sus mismas colonias. No cultivará huertas ultravanzadas en regolit si no es capaz de hacerlo en las arenas del Sahara, del Gobi, del Atacama o del mismo Valle de la Muerte.

Los humanos, como administradores, hubiéramos sido despedidos hace marras frente a tan descomunal ineficiencia. Más del 42% de la comida del planeta va a dar a la basura; los desperdicios no biodegradables que usamos de forma planetaria van a dar a ríos, mares y hasta tierras de labranza. Las fábricas de agua potable natural y gratuita las quemamos como si fueran fuegos artificiales. La tecnología que utilizamos con tanta eficiencia para destruirnos los unos a los otros, no serviría casi que para nada en caso de que un asteroide descomunal se dirigiera hacia la tierra hoy mismo.

El frío agresivo de la Antártida ha servido para que los humanos no la colonicemos y derritamos sus hielos inmensos de agua potable. ¡Y no nos matemos por definir quién es dueño de cuál o tal pedazo de todo ese continente! Tal vez, y sólo tal vez, cuando el hombre pueda vivir en ese lugar tan helado, dedicado a la ciencia, a la protección de su atmósfera tan frágil (el agujero de la capa de ozono estaba justo ahí) y en convivencia entre naciones poderosas muy diferentes entre sí, sin derretir nada ni extinguir ninguna especie... Estará listo para colonizar un planeta mucho más frío y con menos, pero mucho menos agua.

Necesitamos el sueño de salir de esta cuna tan frágil, pero por las razones opuestas: para que las naciones que tanto quieren matarse entre sí (y a todos nosotros por ahí derecho) gasten más en el avance de las ciencias que ni siquiera les alcance para sostener armas de destrucción masiva. Que los mega-ricos de la tierra (menos del 1%) puedan hacer turismo en órbita y reconozcan por fin cuán delicado es este pequeño punto azul. Cuán hermoso es que siga lleno de vida y cuán lejos estamos de cuidarlo verdaderamente bien.



Ver también:

* El autor de 'The Martian', Andy Weir, dice que hay una gran razón para colonizar la luna, pero no Marte (Business Insider, 2017; traducción automática)

* Las preguntas más persistentes sobre los planes de colonización de Marte de Space X (The Verge, 2016; trad. aut.)

* La 'Gran Muralla Verde' de China lucha contra la expansión del desierto (National Geographic, 2017; trad. aut.)

jueves, junio 13, 2019

¿Más de un Chernóbyl criollo?

La famosa catástrofe nuclear soviética vuelve a estar de moda. La excelente miniserie de HBO se lanzó en el momento propicio: cuando casi la mitad del establecimiento gringo respalda la candidatura de un mentiroso compulsivo, corrupto y racista.

La serie, aunque tiene algunos giros fantasiosos, ofrece cantidad de detalles que no se conocían por fuera de círculos muy especializados. Pone en evidencia la cantidad de mentiras, ineficiencias y abusos que dieron lugar al peor desastre nuclear de la historia, después de Hiroshima y Nagasaki. Demuestra, para colmo, que no se estuvo muy lejos de uno muchísimo peor.

Las ruinas de Pripyat y de la planta ahora acorazada siguen ahí, como testigos mudos que no se desactivarán sino en miles de años. Una vasta área todavía tiene una población discriminada en Rusia y hasta tuvo un incendio en un bosque cercano, en junio de 2018.

Pero lo que más aterra es que esas políticas desastrosas se siguieron aplicando en América Latina hasta bien entrado el siglo XXI. El Boletín de Científicos Atómicos, cuando todavía publicaba su edición en español, le rindió un homenaje a Bernando Salas, activista defensor de la energía nuclear, pero duro crítico de los administradores de la planta de Laguna Verde, en Veracruz.

Leí el artículo a finales del 2000 y lo más aterrador (como suele suceder) es lo que el artículo menciona sólo de soslayo: "las manifestaciones de los pescadores y agricultores preocupados por los peces radiactivos y la caña de azúcar contaminada".

Salas, según Michael Flynn, el autor del artículo, denunció prácticas peligrosas para los trabajadores de la planta, como no evacuar en una emergencia, tener equipos detectores obsoletos o mal calibrados y capacitar mal a sus trabajadores. Cuestiones que recuerdan con facilidad a lo que se puede ver en la miniserie. Hasta se pueden hacer parangones con los administradores que lo niegan todo, acusan a quienes los critican y un gobierno nacional corrupto, inamovible, que los defiende.

"El incumplimiento de la obligación de implementar el plan interno de emergencia durante el incidente de 1993, la calibración incorrecta de los contadores de radiación; la quema de desperdicios radiactivos de bajo nivel en las playas colindantes a la planta; la colocación inadecuada de monitores de radiación; la compra de detectores de radiación defectuosos que habían sido retirados del mercado por el fabricante; y el uso de componentes falsos en los dosímetros". Estas denuncias no eran ni son bobaditas. Otro artículo del Boletín en inglés, cita un experto de EU que consideraba un reporte de la World Association of Nuclear Operators (WANO) respecto a Laguna Verde como "el peor grupo de notas de campo que había visto en su vida". El escrito discute la pretensión de las autoridades de mantener secreto el informe, incluso citando derechos de autor.

Ambos escritos, en español y en inglés, siguen disponibles en The Wayback Machine. ¡Guarden una copia, no sea que los borren! El sitio archive.org maneja una cantidad descomunal de documentos y algunos dejan de verse luego de algún tiempo, como pasa tantas veces en internet. La historia que narran es digna de una película, como lo son todos los grandes casos, como el de Three Miles Island o el de Fukushima. Cada uno nos demuestra cuán terrible es la posibilidad de tomar decisiones equivocadas frente a un poder energético muy difícil de controlar. Un científico cuyo nombre se me escapa aseguraba que la energía nuclear era segura "mientras no ocurrieran errores humanos". Es decir, el fallo puede ser tan común como escoger malos gobernantes en unas elecciones "no muy libres".

Infobae, de Argentina, asegura que dos años antes de Chernóbyl, se dio una tragedia por el desmantelamiento de una máquina de radioterapia en Ciudad Juárez, en Chihuahua. Se le vendió la máquina, que incluía una bomba de cobalto-60, a un chatarrero. El y su equipo perforaron la dichosa bomba y vendieron el material, contaminando todo el camino hacia un depósito de chatarra. Ahí el material se fundió y se vendió para fabricar varillas para construcción y hasta muebles. Así, en otra muestra increíble "capacidad" administrativa, mucha gente inocente recibió grandes cantidades de radiación sin saberlo. La nota incluye este informe que muestra el rastreo de las autoridades, pero, en realidad, es casi imposible saber cuántas personas resultaron afectadas.

La planta nuclear de Juraguá, en Cuba, es otra muestra de las consecuencias de la energía nuclear, esta vez en el Caribe. Un acuerdo entre la Unión Soviética y el gobierno de la isla en 1976 planeaba hasta 12 reactores en 3 localidades distintas. Pero el estado soviético se disolvió en 1991 y Cuba no pudo pagar el costo en moneda dura, a pesar de haber invertido 1.100 millones de dólares. La construcción ya estaba iniciada, pero no se habían desplazado los núcleos de los reactores ni el combustible radioactivo. Los gringos y trabajadores migrados a Florida pusieron en duda la capacidad del gobierno de Fidel Castro de administrar la planta con seguridad, pero lo que determinó su abandono fueron los costos, a pesar de la oferta de Vladimir Putin de invertir en la construcción de al menos un reactor. El pueblo cubano, pues, se salvó por un pelo.

Brasil tiene 2 centrales nucleares, pero la corrupción y los altos costos impidieron que se concretara una tercera. Argentina, bajo el gobierno de Perón, intentó tener su propia bomba atómica; ahora tiene tres reactores y hasta tuvo un acuerdo con Irán en tiempos del Sha. Planeaba expandir su capacidad, pero también los problemas financieros se lo impidieron.

Esos ejemplos están medianamente lejanos. Pero no deja de hacernos levantar las cejas y hasta ponernos los pelos de punta, la propuesta de Hugo Rafael Chávez Frías de traer la energía nuclear a Venezuela, con ayuda de Rusia. Menos mal, se echó para atrás ante Fukushima. ¿Se imaginan lo que hubiera sido semejante papa caliente en manos de Nicolás Maduro Moros, con todo y su extraña habilidad para el suicidio económico?

Me encantaría poder celebrar que la humanidad ya fuera capaz de hacer funcionar plantas con energía de fusión, pero el proyecto ITER, lo más cercano a tener una de verdad, está planeada para hacerlo por allá en 2035 y sólo de forma experimental. Ese tipo de energía reduciría drásticamente la posibilidad de un desastre radioactivo, a pesar de que todavía quedan dudas sobre el hidrógeno radioactivo (tritio) y sus altos costos. El ITER es un esfuerzo que sólo las economías más pesadas pueden llevar a cabo y el logro de poner a todas las potencias atómicas a trabajar juntas no puede minimizarse.


Pero nuestra realidad latinoamericana, con sus estados frágiles, corrupción que se desata en oleadas y sus democracias "limitadas", no da mucho lugar al optimismo. Necesitamos, para lograr un programa nuclear propio, serio y sostenible, al menos:

* Una comunidad científica bien financiada, muy bien conectada entre los países más experimentados y con experiencias de cooperación honesta y fluida desde otras latitudes.

* Una sociedad civil empoderada, supremamente plural, capaz de movilizar grandes cantidades de personas y con una incidencia real y veloz en políticas de ciencia aplicada y reglamentación energética.

* Unos gobernantes honestos, sinceros, preocupados por los más débiles de sus países y los de sus vecinos, lo suficientemente humildes como para reconocer errores administrativos mucho antes de que se les salgan de las manos.

Mientras no tengamos al menos esas tres, propongo ser pacientes y trabajar en lo que podemos manejar. Dos circunstancias nos demostrarían que ese momento está dado (si es que lo logramos):

1. Un programa espacial común, al menos entre tres o cuatro naciones latinoamericanas, que sea capaz de poner nuestros propios satélites y usarlos en el servicio minucioso de nuestra gente, antes que de cualquier otro poder.

2. El manejo público y transparente de las reservas de uranio que tenemos en nuestros territorios, donde esté MUY claro cuál va a ser el uso que se le va a dar a ese recurso y cuál país se va a hacer responsable, con una cadena de mando responsable. Ningún uso "no pacífico" puede permitirse, por muchas que sean las tendencias al suicidio colectivo entre nuestros gobernantes. Las consecuencias de su extracción, transporte, cambio y aprovechamiento podrían ser vigiladas por las poblaciones afectadas, sin amenazas ni imposiciones abusivas. Las personas que hubieran sido afectadas en el pasado serían compensadas y su intercambio con países con armas nucleares eliminado y denunciado en detalle.

Está claro que ese paso para nosotros como continente está más en el plano de lo utópico. Incluso el solo tema de la minería del uranio pone a muchos a recomendarme el silencio. Pero, si ni siquiera somos capaces de pensarlo en el plano de lo real y lo realizable, lo más probable es que los más débiles de los nuestros estén viviendo, ya, una pesadilla. Se ve, por ejemplo, si se compara lo que dicen los administradores de Laguna Verde, con lo que dicen sus críticos. O, los que respaldan su crecimiento en el continente y lo que dicen los que ya tuvieron malas pasadas en Argentina (2) y en España (2).

Por lo pronto, creo que le recomiendo, a quienes tenga minas de uranio cerca, sembrar a su alrededor mucho, pero mucho girasol.