La serie, aunque tiene algunos giros fantasiosos, ofrece cantidad de detalles que no se conocían por fuera de círculos muy especializados. Pone en evidencia la cantidad de mentiras, ineficiencias y abusos que dieron lugar al peor desastre nuclear de la historia, después de Hiroshima y Nagasaki. Demuestra, para colmo, que no se estuvo muy lejos de uno muchísimo peor.
Las ruinas de Pripyat y de la planta ahora acorazada siguen ahí, como testigos mudos que no se desactivarán sino en miles de años. Una vasta área todavía tiene una población discriminada en Rusia y hasta tuvo un incendio en un bosque cercano, en junio de 2018.
Pero lo que más aterra es que esas políticas desastrosas se siguieron aplicando en América Latina hasta bien entrado el siglo XXI. El Boletín de Científicos Atómicos, cuando todavía publicaba su edición en español, le rindió un homenaje a Bernando Salas, activista defensor de la energía nuclear, pero duro crítico de los administradores de la planta de Laguna Verde, en Veracruz.
Leí el artículo a finales del 2000 y lo más aterrador (como suele suceder) es lo que el artículo menciona sólo de soslayo: "las manifestaciones de los pescadores y agricultores preocupados por los peces radiactivos y la caña de azúcar contaminada".
Salas, según Michael Flynn, el autor del artículo, denunció prácticas peligrosas para los trabajadores de la planta, como no evacuar en una emergencia, tener equipos detectores obsoletos o mal calibrados y capacitar mal a sus trabajadores. Cuestiones que recuerdan con facilidad a lo que se puede ver en la miniserie. Hasta se pueden hacer parangones con los administradores que lo niegan todo, acusan a quienes los critican y un gobierno nacional corrupto, inamovible, que los defiende.
"El incumplimiento de la obligación de implementar el plan interno de emergencia durante el incidente de 1993, la calibración incorrecta de los contadores de radiación; la quema de desperdicios radiactivos de bajo nivel en las playas colindantes a la planta; la colocación inadecuada de monitores de radiación; la compra de detectores de radiación defectuosos que habían sido retirados del mercado por el fabricante; y el uso de componentes falsos en los dosímetros". Estas denuncias no eran ni son bobaditas. Otro artículo del Boletín en inglés, cita un experto de EU que consideraba un reporte de la World Association of Nuclear Operators (WANO) respecto a Laguna Verde como "el peor grupo de notas de campo que había visto en su vida". El escrito discute la pretensión de las autoridades de mantener secreto el informe, incluso citando derechos de autor.
Ambos escritos, en español y en inglés, siguen disponibles en The Wayback Machine. ¡Guarden una copia, no sea que los borren! El sitio archive.org maneja una cantidad descomunal de documentos y algunos dejan de verse luego de algún tiempo, como pasa tantas veces en internet. La historia que narran es digna de una película, como lo son todos los grandes casos, como el de Three Miles Island o el de Fukushima. Cada uno nos demuestra cuán terrible es la posibilidad de tomar decisiones equivocadas frente a un poder energético muy difícil de controlar. Un científico cuyo nombre se me escapa aseguraba que la energía nuclear era segura "mientras no ocurrieran errores humanos". Es decir, el fallo puede ser tan común como escoger malos gobernantes en unas elecciones "no muy libres".
Infobae, de Argentina, asegura que dos años antes de Chernóbyl, se dio una tragedia por el desmantelamiento de una máquina de radioterapia en Ciudad Juárez, en Chihuahua. Se le vendió la máquina, que incluía una bomba de cobalto-60, a un chatarrero. El y su equipo perforaron la dichosa bomba y vendieron el material, contaminando todo el camino hacia un depósito de chatarra. Ahí el material se fundió y se vendió para fabricar varillas para construcción y hasta muebles. Así, en otra muestra increíble "capacidad" administrativa, mucha gente inocente recibió grandes cantidades de radiación sin saberlo. La nota incluye este informe que muestra el rastreo de las autoridades, pero, en realidad, es casi imposible saber cuántas personas resultaron afectadas.
La planta nuclear de Juraguá, en Cuba, es otra muestra de las consecuencias de la energía nuclear, esta vez en el Caribe. Un acuerdo entre la Unión Soviética y el gobierno de la isla en 1976 planeaba hasta 12 reactores en 3 localidades distintas. Pero el estado soviético se disolvió en 1991 y Cuba no pudo pagar el costo en moneda dura, a pesar de haber invertido 1.100 millones de dólares. La construcción ya estaba iniciada, pero no se habían desplazado los núcleos de los reactores ni el combustible radioactivo. Los gringos y trabajadores migrados a Florida pusieron en duda la capacidad del gobierno de Fidel Castro de administrar la planta con seguridad, pero lo que determinó su abandono fueron los costos, a pesar de la oferta de Vladimir Putin de invertir en la construcción de al menos un reactor. El pueblo cubano, pues, se salvó por un pelo.
Brasil tiene 2 centrales nucleares, pero la corrupción y los altos costos impidieron que se concretara una tercera. Argentina, bajo el gobierno de Perón, intentó tener su propia bomba atómica; ahora tiene tres reactores y hasta tuvo un acuerdo con Irán en tiempos del Sha. Planeaba expandir su capacidad, pero también los problemas financieros se lo impidieron.
Esos ejemplos están medianamente lejanos. Pero no deja de hacernos levantar las cejas y hasta ponernos los pelos de punta, la propuesta de Hugo Rafael Chávez Frías de traer la energía nuclear a Venezuela, con ayuda de Rusia. Menos mal, se echó para atrás ante Fukushima. ¿Se imaginan lo que hubiera sido semejante papa caliente en manos de Nicolás Maduro Moros, con todo y su extraña habilidad para el suicidio económico?
Me encantaría poder celebrar que la humanidad ya fuera capaz de hacer funcionar plantas con energía de fusión, pero el proyecto ITER, lo más cercano a tener una de verdad, está planeada para hacerlo por allá en 2035 y sólo de forma experimental. Ese tipo de energía reduciría drásticamente la posibilidad de un desastre radioactivo, a pesar de que todavía quedan dudas sobre el hidrógeno radioactivo (tritio) y sus altos costos. El ITER es un esfuerzo que sólo las economías más pesadas pueden llevar a cabo y el logro de poner a todas las potencias atómicas a trabajar juntas no puede minimizarse.
Pero nuestra realidad latinoamericana, con sus estados frágiles, corrupción que se desata en oleadas y sus democracias "limitadas", no da mucho lugar al optimismo. Necesitamos, para lograr un programa nuclear propio, serio y sostenible, al menos:
* Una comunidad científica bien financiada, muy bien conectada entre los países más experimentados y con experiencias de cooperación honesta y fluida desde otras latitudes.
* Una sociedad civil empoderada, supremamente plural, capaz de movilizar grandes cantidades de personas y con una incidencia real y veloz en políticas de ciencia aplicada y reglamentación energética.
* Unos gobernantes honestos, sinceros, preocupados por los más débiles de sus países y los de sus vecinos, lo suficientemente humildes como para reconocer errores administrativos mucho antes de que se les salgan de las manos.
Mientras no tengamos al menos esas tres, propongo ser pacientes y trabajar en lo que SÍ podemos manejar. Dos circunstancias nos demostrarían que ese momento está dado (si es que lo logramos):
1. Un programa espacial común, al menos entre tres o cuatro naciones latinoamericanas, que sea capaz de poner nuestros propios satélites y usarlos en el servicio minucioso de nuestra gente, antes que de cualquier otro poder.
2. El manejo público y transparente de las reservas de uranio que tenemos en nuestros territorios, donde esté MUY claro cuál va a ser el uso que se le va a dar a ese recurso y cuál país se va a hacer responsable, con una cadena de mando responsable. Ningún uso "no pacífico" puede permitirse, por muchas que sean las tendencias al suicidio colectivo entre nuestros gobernantes. Las consecuencias de su extracción, transporte, cambio y aprovechamiento podrían ser vigiladas por las poblaciones afectadas, sin amenazas ni imposiciones abusivas. Las personas que hubieran sido afectadas en el pasado serían compensadas y su intercambio con países con armas nucleares eliminado y denunciado en detalle.
Está claro que ese paso para nosotros como continente está más en el plano de lo utópico. Incluso el solo tema de la minería del uranio pone a muchos a recomendarme el silencio. Pero, si ni siquiera somos capaces de pensarlo en el plano de lo real y lo realizable, lo más probable es que los más débiles de los nuestros estén viviendo, ya, una pesadilla. Se ve, por ejemplo, si se compara lo que dicen los administradores de Laguna Verde, con lo que dicen sus críticos. O, los que respaldan su crecimiento en el continente y lo que dicen los que ya tuvieron malas pasadas en Argentina (2) y en España (2).
Por lo pronto, creo que le recomiendo, a quienes tenga minas de uranio cerca, sembrar a su alrededor mucho, pero mucho girasol.
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