martes, febrero 10, 2015

El Evangelio con rostro materno (ISF - Joel Cruz mccj)

Este texto lo tomé de la Revista Iglesia Sinfronteras Nº 284 de diciembre de 2005.  Lo he enviado por correo varias veces, cada año o cada que alguien lo necesita.  Lo publico porque hace mucho que no se puede encontrar en línea.  Su autor, un misionero comboniano, anda muy ocupado en asuntos importantes y hace falta recordar cuán importante es el "hecho guadalupano": María fue mucho más allá de lo que hoy llamamos "inculturación".



 
  Tema del mes  

Rostro Virgen de Guadalupe - pequeño Guadalupe: evangelización inculturada 
El   Evangelio
con
rostro
  materno
El 12 de diciembre se celebra la fista de la virgen de Guadalupe, un acontecimiento de un extraordinario significado, como muestra el autor de este artículo, un misionero mexicano.

El relato más importante de las apariciones de Guadalupe es el escrito conocido como Nican Mopohua, que en náhuatl quiere decir: “Aquí se narra”. Se trata de una historia muy sencilla, en la que un hombre bueno, que representa al pueblo conquistado y destruido, disminuido a la categoría de “indiecito” - que lo colocaba en el lugar del marginado social e incluso religioso -, en sólo cuatro días ve transformada y enriquecida su vida y la de su pueblo por la intervención de una mujer que se presenta como su madre.
Es el relato de un acontecimiento profundamente teológico, al punto que Juan Pablo II lo calificó como “un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada”; es como un libro de teología pastoral. Algunos aspectos que podrían iluminar nuestra acción pastoral podrían ser los siguientes:

1. El lenguaje materno
El sábado 9 de diciembre de 1531, Cuauhtlatoat zin, un ser humano como cualquiera de nosotros, pero despojado de toda su dignidad y reducido a simple “indio”, escuchó su nombre cristiano (Juan Diego) al pasar junto al cerrito llamado Tepeyac. Subió a la cumbre y se encontró con una señora cuyo vestido era radiante como el sol, en medio de cantos de pájaros y rodeada por un suave resplandor, que hablaba en su idioma náhuatl; esta señora le dirigió la palabra en estos términos: «Juantzin; Juan Diegotzin», «Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive».
Esta señora, aunque hablaba perfecto náhuatl, no utilizaba el nombre original de Juan Diego, sino su nombre cristiano; y con esto le dejó entender que ella era cristiana. Pero también lo hizo sentirse amado, respetado y valorado, puesto que usaba la terminación “tzin”, el diminutivo que se usa para manifestar reverencia y cariño en el idioma náhuatl. Otro detalle es que se presenta también como la madre del Ipalnemohuani, Teyocoyani, Iloque Nahuaque, Ilhuicahua Tlaltipaque, nombres con los que los pobladores de estas tierras conocían a Dios. Este detalle del lenguaje usado por la Virgen es para un indio de aquel tiempo lo más dignificante que puede escuchar; es la re-valoración de aquello que muchos evangelizadores habían condenado.
Es un lenguaje materno lleno de ternura el que se deja sentir en todo el relato; un ejemplo podría ser el siguiente: “Por favor presta
"¿Acaso no estoy yo aquí,
yo que tengo el honor de
ser tu madre?"
atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por Ventura aún tienes necesidad de cosa otra alguna?”
Esta es la manera de hablar de una madre náhuatl en la que la ternura es autoridad y rigor al mismo tiempo. Este modo de hablar era el que siempre escuchaba el indio desde niño. La sociedad prehispánica funcionaba en torno a la guerra, en la que los hombres morían masivamente; por lo tanto, muchos niños crecían sin sus papás. Por eso, la voz de la madre era la única que escuchaban; podríamos decir que era la experiencia de autoridad y amor más común entre ellos.
Este es un detalle evangelizador de inmensa profundidad; nos dice que Dios sabia muy bien que para evangelizar a nuestro continente era indispensable una Madre apóstol. Así se incultura el Señor, se adapta y parte de la experiencia de los más golpeados; y, al mismo tiempo, inicia una nueva relación entre los conquistadores y los pobladores autóctonos, pues lo que oye Juan Diego es que la Madre del Dios cristiano es también la Madre del Dios mexicano. Por lo tanto la visión de rivalidad deja paso de fraternidad: El conquistador y el indio son hermanos.


2. Reconstruir la casa materna
Los náhuatls identificaban la nación con su templo; y el templo era su casa, la casa de la familia... Pero, con la conquista, había sido destruido el templo de la Madre de la nación. Esto significaba que ya no había familia, ya no había nación, es decir, el despojo total para el ser humano que habitaba estas tierras. Y la primera cosa que pide la Madre de Dios es una “casita”, un templo, allí donde ella se encontraba de pie. Sí, era necesario comenzar por reconstruir la familia; de lo contrario, no podría haber hermanos; es decir, no se podría superar la violencia que destrozaba vidas y enterraba sueños, esperanzas...
Y la Virgen quiere un templo, una casa, para hacer lo propio de una madre náhuatl: “Consolar, escuchar el llanto.., curar miserias, penas y dolores" y “para impedir que sus hijos tengan más penas y dolores.” Porque “consolando” y “escuchando”, una madre sabe que sus hijos crecen, se fortalecen, maduran y cambian.
Pero hay otro detalle y es el fundamental: Ella quiere su casa en el Tepeyac, que era el sitio donde había estado antes el templo de la diosa madre; este cerrito era considerado como el lugar maternal de Dios. El Tepeyac, por ser el monte de la diosa madre, guardaba un afecto único para un pueblo tan apegado a la imagen materna. En este lugar tenía su templo la madre de los dioses y de los seres humanos que llamaban Tonatzin que quiere decir “Nuestra Madrecita”. La destrucción de este templo fue como arrancar el corazón (su raíz profunda) y destruir el rostro (su identidad),
"La flor y el canto de las aves
para un indio constituyen el
camino por donde baja Dios para
hablar con su pueblo"
una visión del mexicano de aquel tiempo; y por eso desde este lugar Dios vuelve a hablar maternalmente a través de la Virgen para regenerarlo.
Y así Dios escogió el lugar maternal como principio de una nueva fraternidad. No había otro sitio mejor para decir a los pobladores de estas tierras que todos ellos eran hermanos y no enemigos.


3. El tiempo materno
El primer dato que nos proporciona el Nican Mopohua es el tiempo en el que se dio el acontecimiento: el año 1531. Esto podría parecernos un dato no muy importante, pero para los mexicanos de ese tiempo, cuando escribían una fecha era porque nacía o se iniciaba un programa que Dios les establecía. La Virgen se aparece a Juan Diego al despuntar el alba, o sea, aún de noche, como era más adecuado para el pensamiento indígena, que veía la noche como el principio de lo grande y bueno. El indio Juan Diego con este detalle entendió que era el nacimiento de un nuevo pueblo; y que Dios había retomado las cosas en sus manos para la restauración de la dignidad humana del indio.
En esta madrugada se oyen los cantos de los pájaros y se siente el perfume de las flores; este es otro detalle que Juan Diego entiende muy bien: Era Dios que se estaba comunicando con su pueblo, porque la flor y el canto de las aves para un indio constituyen el camino por donde baja Dios para hablar con su pueblo, y es el modo como el hombre puede llegar a Dios como principio de todo lo bueno.
El acontecimiento guadalupano se da en la madrugada, es decir, “cuando aún es de noche y ya está amaneciendo”; esta es la expresión típica en la cultura y religiosidad náhuatl para hacer memoria del acto creador de los dioses, pues en la fe del indígena está muy presente que es en la madrugada cuando se manifiesta la obra creadora de Dios. Pero también este acontecimiento de las apariciones de la Virgen se da en los inicios del “quinto sol”, al inicio de una nueva era para el pueblo, lo que significaba que no era el fin del pueblo sino el inicio de un proceso de reestructuración.
Este acontecimiento se da en cuatro días. Esto es tremendamente significativo, porque para la fe y mentalidad náhuatl el número cuatro significa la perfección, la totalidad, y sobre todo la intervención de Dios (el equivalente al tres o al siete en la mentalidad bíblica). El hecho de que el acontecimiento se haya dado en cuatro días era lo mismo que decir: Dios está interviniendo para salvar a su pueblo totalmente. Sí, era el tiempo de Dios, El no se había olvidado de su pueblo, ni mucho menos los había traicionado, estaba ahí, como al principio: “Cuando aún es de noche y ya está amaneciendo”, es decir, creando de nuevo al pueblo. Es el tiempo en el que Dios se manifiesta como "Padre y Madre" que engendra la vida nueva.


4. Las flores maternales
En un lugar donde sólo abundan los riscos, abrojos, espinas, cactus..., ahora brotaban flores en pleno mes de diciembre, un tiempo no favorable para la vida de las flores. En el simbolismo de los indios, una bella flor es el testimonio de una buena y sana raíz y al mismo tiempo es promesa de un buen fruto. Y la Virgen hace brotar flores para el indio y de este modo le vuelve a dar sus raíces, su fundamento y la promesa de que este encuentro de culturas dará un buen fruto para todos los habitantes del nuevo mundo.
La máxima prueba de cortesía india, de preferencia y de amor hacia alguien, era darle personalmente flores. Esto nos permite captar la importancia que tiene el gesto de la Virgen cuando le da personalmente las flores a Juan Diego como representante del pueblo humillado y disminuido. Este detalle cultural nos hace recordar la eterna opción preferencial por lo pobres de parte de Dios. La Virgen se dirige a Juan Diego con las siguientes palabras: “Hijito queridísimo, estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al obispo”. Este era el mayor de los gestos de aprecio para un indio; no hacía falta que añadiera nada más; pero la Virgen agrega: “Tú eres mi embajador, puesto que en ti pongo toda mi confianza”.


5. Una imagen maternal que mira como Dios
En el contexto náhuatl, la comunicación se daba a través de imágenes; por eso la “imagen” no era una representación, sino como un “otro-yo”. En este sentido, el hecho de que a un pueblo que estaba acostumbrado a comunicarse mediante imágenes, Dios le hable a través de una imagen de la Madre de Dios estampada en el ayate o tilma de un indio, era la más perfecta catequesis inculturada que resultaba mucho más clara y elocuente, porque entre ellos la tilma simbolizaba a la persona. Ahora bien, siendo imagen y tilma los símbolos de la persona,

era claro para Juan Diego que el indio, el marginado, el excluido, el humillado..., era también imagen de Dios; y era precisamente éste el mensaje que la Virgen quiere dar a la Iglesia y a la sociedad de ese tiempo estampando su imagen en la tilma del indio; y con esto se vuelve a repetir el Evangelio: “Todo lo que hagáis a uno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” Este gesto de la Virgen fue una adaptación magistral a la cultura india, tan clara y elocuente que se convirtió en el códice de identidad para el pueblo mexicano.
Ya con esto podemos ir notando la genialidad divina de la evangelización inculturada del acontecimiento guadalupano: Una imagen de Madre con mirada compasiva, que no mira de frente sino de lado, así como toda una doncella bien educada, tal como le enseña la madre a su hija, pero sobre todo porque es así como mira Dios, pues El no es arrogante, sino que mira al ser humano con respeto y dignidad.
¡Nada más bello podía suceder a nuestros antepasados, que volver a encontrarse con la mirada de Dios desde una Madre! Pero tampoco nada más exigente que aquello de aceptar al colonizador como hermano, y para el colonizador nada más humanizante que ver en el indio no un esclavo o un salvaje sino a su hermano. Pues ahora tanto el indio como el español tenían una Madre común. Y con este hecho la Virgen vuelve a recordamos la petición de Jesucristo: “Padre, que sean uno como tú y yo somos uno...” (Jn 17, 11). Para concluir podríamos decir que Dios, con este acontecimiento, nos dice que en América Latina la evangelización tiene más eficacia si el evangelizador se acerca a las personas con actitud materna y no con actitud de maestro, tirano o colonizador, porque estamos frente a un pueblo que puede ser conquistado para Dios sólo mediante la ternura y no sólo con el saber. Este es el mensaje de fondo del acontecimiento guadalupano.


Hno. Joel Cruz Reyes
(misionero comboniano)